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lunes, 26 de noviembre de 2012

Nostalgia





Erase una vez, un niño había cumplido los 9 años y había empezado la aventura de su vida, el internado. Su madre lo había ingresado en un colegio de una parte de Inglaterra cerca de su casa llamado St. Peter`s.

Fue víctima de una morriña en las dos primeras semanas de curso, así que estaba planeando un plan para que le enviaran a casa. Quería fingir un ataque de apendicitis aguda. No hace mas de un mes que su hermanastra le dío un ataque de apendicitis aguda. Los síntomas de la apendicitis son: vómitos, fiebre, quitar el apetito de comer. Entonces le preguntó a la niñera de como se producía un apendicitis, ella contestó que era las cerdas de los cepillos de dientes. Y el le dijo: ¿Eso es verdad? La niñera le contestó que ella nunca le mentiría a el.

El niño se ponía muy nervioso cada vez que se encontraba con una cerda del cepillo de dientes en la lengua. Cuando subió y llamó a la puerta de la celadora, le dijo que le dolía mucho pero ella le dijo que había comido mucho bizcocho, le dijo que no pero le mentío.

Lo tumbó en la camilla y empezó a tocarle por la barriga, cuando le tocó por el lado inferior a la derecha de la barriga (donde se encuentra la apéndice) y pegó un grito diciendo ¡Hay, hay! Salio de la habitación y dentro de una hora llegó el médico repitiendo lo mismos pasos, y tuvo la oportunidad de volver gritar. El director le dijo que había telefoneado a su madre y el no le contestó. Cuando lleguó a su casa casi se le olvida de fingir que estaba malo.

Cuando llegó el doctor Dunbar, le preguntó si estaba fingiendo, le había pillado, porque tenía la barriga blanda y cuando se produce un apendicitis la barrigua se pone dura. Le contestó que sí avergonzado. El médico le dijo que iba a decir que estaba malo de verdad y que se quedase en su casa tres días, pero le dijo que no volviese a hacerlo más.

La moraleja de esta historia es que no hay que mentir ni a los maestros ni a los médicos porque al final siempre la verdad saldrá a la luz.



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